Viendo los resultados de las elecciones –los esperados:
mayoría absoluta del PP, debacle del PSOE, subidas de UPyD e IU, entrada con
fuerza de Amaiur en el Parlamento…-, debo de ser de las pocas, pero tengo la
sensación de que el señor Rajoy me toma el pelo. Además de
haber prometido la creación de empleo estable, uno de sus spots electorales
incidía en ello y vino a decir que nos va a sacar de la crisis y que todo va a
ser un paraíso. Pero el domingo, sabiéndose ganador, las cosas cambiaron un
poco: “No va a haber milagros, no los hemos prometido”, se apresuró a decir. La
venda antes de la herida. Una justificación detrás de la que, me temo, vendrán
otras muchas –y se me antoja que la “herencia envenenada” de Zapatero será
recurrente en esa función de excusa-.
Mi reflexión de ayer sobre eso, utilizando –no quepa duda- la ironía, era que para Rajoy el empleo estable no es un milagro. Por algo lo
habrá prometido. Entonces los que esperamos -sin esperanza- un primer empleo
estable deberíamos estar tranquilos con el nuevo presidente. Será, digo yo,
cuestión de días… ¿No?
Celebración del PP en Génova (Fuente: cuartopoder.es). |
No me puedo olvidar de las declaraciones de Cospedal en
campaña, que ya comenté aquí y que encuentro especialmente significativas, o de la entrevista a El País
donde el ya casi presidente decía que lo único intocable eran las pensiones y
excluía otras cuestiones que lo habían sido hasta ese momento –sanidad,
educación, dependencia-. Más motivos para creer que se ríen de mí, de nosotros.
Pero Rajoy sí que vale. Así se lo decían –en medio de otros cánticos
que no venían al caso como ”yo soy español” o “viva España” y pancartas a favor
de la abolición del aborto, que se ve que a algunos les preocupa más que el
paro- los simpatizantes populares. Lo decían de un tipo cuestionado por su
propio partido –incluido el mismísmo Aznar- hace no tanto y al que el único
mérito que nadie le puede negar es la paciencia.
Si el presidente electo consigue el pleno empleo, estaré
encantada. Es sólo que me lo creo y, como ha quedado pantente –y eso es lo
peor- , él tampoco.
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