Hace
ahora cuatro años viví un curso de Erasmus en Italia. Recuerdo que al decir que
era española, la gente con la que me relacionaba, la mayoría de mi misma edad,
enseguida asociaba el país a Zapatero y hablaba de ambos con admiración –máxime
cuando, ya hacia el final de mi estancia, la azzurra quedó eliminada de la Eurocopa de fútbol a manos de una
España que luego se impondría en la competición-. Nos tenían por un país
moderno y avanzado, además de relacionarlo de inmediato con la playa y a la fiesta; la crisis
estaba próxima, pero lejana en la medida en que apenas se veía venir.
Cuando llegué (octubre de 2007) también gobernaba la izquierda de la mano de
Prodi pero, pese a esa idea de que envidiaban el progreso
español, Berlusconi –que no representa precisamente esos valores y que, además, era ya un viejo conocido- volvió al poder en abril de 2008, poco después de que Zapatero -al contrario que la izquierda italiana, esta vez con Veltroni- revalidara la victoria del 2004. Hoy ya podemos decir que los dos son prácticamente historia -siempre y cuando Berlusconi cumpla su palabra- sin haber agotado las respectivas legislaturas,
prueba de que la crisis ha pasado factura a todos y de que no es oro todo lo
que reluce.
A ambos les ha pesado su discutible gestión nacional de un problema que se ha demostrado global. Pero en
el caso de Berlusconi, su marcha hace que tengamos algo que agradecer a la
dichosa recesión: el haber apartado del gobierno a un tipo que, al margen de sus
errores políticos –casi lo de menos en este caso-, se ha aferrado a un poder al
que no ha parado de sacar partido, un individuo machista, homófobo, prepotente, de dudosa
educación y moral, capaz de idear normas específicas para eludir responder ante la justicia, manejar la televisión pública –más allá de las privadas de su
propiedad- a su antojo o realizar todo tipo de declaraciones para las cuales el
calificativo de repugnantes se queda corto. Por todo ello, hoy me alegro de
poder escribir, "Ciao, Silvio", o mejor, dado que para ellos el “ciao” sirve
tanto para saludo como a modo de despedida, para que quede claro: "Arrivederci,
¿Cavaliere?".
Ojalá tengas razón y podamos verle desaparecer de la vida política pero yo con Silvio nunca me aventuraría a decir nada de forma contundente.
ResponderEliminarYa... Si por él fuera está claro que seguiría! Pero esta vez creo que no le va a quedar otra que irse, le obligan las circunstancias... Otra cosa es que, teniendo en cuenta que ya estuvo en la oposición y volvió a ganar, quién sabe qué puede pasar en el futuro!
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