Gerard Piqué es un tipo de mi edad, padre de dos hijos, con mucha experiencia en el mundo del fútbol acumulada y con mil y una polémicas a sus espaldas. Ha sido silbado -con o sin razón- en multitud de campos de España y se ha metido en mil jardines. Con ya casi treinta años -y con una compañera que le lleva diez- creo que debería haber aprendido un poco, meditar las cosas y ser un poco menos impulsivo. Todos deberíamos actuar así, sobre todo en las redes, pero cuanto tienes once millones de seguidores y eres un ejemplo -aunque no debieras- para tantos niños, con más motivo. Pero no, Piqué no quiere aprender la lección.
Ayer el Real Madrid hizo el ridículo y todos -a excepción de sus seguidores, imagino- nos hemos descojonado, con perdón de la palabra, con el asunto de la alineación indebida. Y con las explicaciones de hoy de Florentino Pérez, más si cabe, incluso. Pues Piqué, que en más de una ocasión ha dejado entrever una animadversión hacia el equipo blanco que se puede llegar a entender, no fue capaz de reírse en su casa, con su familia o amigos, de puertas para adentro. Tuvo que hacerlo públicamente, con una provocación en forma de tuit que a mi juicio era evitable.
Cualquiera puede responder a mis argumentos que no es grave, que no insulta a nadie, no dice ninguna palabra malsonante ni nada ofensivo. De acuerdo. No le acuso de eso, pero sí de una inmadurez y de una infantilidad impropias de su edad. Por supuesto, tampoco defiendo a los que responden llamándole hijo de puta, pero sí creo que al futbolista culé -sin ser yo madridista ni nada que se le parezca, que quede esto claro- le quedan muchas lecciones (básicas, porque de las otras nos quedan a todos) por aprender.
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