lunes, 16 de enero de 2012

Ese político con el que compartí apellido

Desde que tengo uso de razón -aunque más en los 90 que en años posteriores- ha sido muy frecuente cuando decía mi nombre y apellidos la pregunta de si era familia del que fuera ministro franquista, uno de los padres de la Constitución española, fundador del Partido Popular y presidente de la Xunta durante quince años, entre otras cosas, Manuel Fraga Iribarne, fallecido ayer a los 89 años de edad. No cabe duda de que ha constituido una figura de gran relevancia -para bien y/o para mal- en la historia de España y, en especial, en Galicia, donde, como decía, esa identificación de mi segundo apellido con el político vilalbés resulta tan inmediata como casi inevitable.


Baño de Manuel Fraga Iribarne en Palomares
Fraga, durante su famoso baño en Palomares en 1966.

Pero uno de los debates que se generaba ayer en las redes sociales al darse a conocer la noticia fue si es lícito o no alegrarse de una muerte. Mi respuesta a priori, lógicamente, es que no, pero hay matices. Ya sabemos que después de muertos todos fuimos bellísimas personas, pero la historia es la que es, hablamos de un político con algunas luces y muchas sombras, y resulta comprensible -no necesariamente justificable- cierto contento por la desaparición del también conocido como Don Manuel.

Sin embargo, esa alegría tenía más razón de ser en el año 2005, cuando perdió la presidencia de la Xunta y, con ella, prácticamente, su relevancia política. O, en todo caso, el pasado septiembre, cuando dejó su cargo como senador y abandonó de forma definitiva la vida pública.


Última aparición pública de Manuel Fraga
El fundador del PP, en una de sus última imágenes.

Ahora, con su muerte, poco cambia para españoles y gallegos. Es más, en el fondo pienso que la mejor noticia es para él y sus allegados porque, aunque suene duro, si la respuesta a esa pregunta que tantas veces se me repetía hubiera sido que sí -agradezco lo contrario, claro está- y hubiéramos sido familia -o se llamase como se llamase-, creo que me alegraría de que un anciano de casi 90 años, agonizante y con un estado de salud que intuimos precario pasase a mejor vida.

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