Lance Armstrong (Austin, Texas, 1971) reconoce ahora que se dopó. El siete veces ganador del Tour de Francia -trofeos que le fueron retirados el pasado octubre como consecuencia de esas prácticas prohibidas- ha confirmado en una entrevista con la periodista americana Oprah Winfrey lo que ya era un secreto a voces.
Pero él siempre lo había negado. Aquel gran deportista cuya imagen luciendo un maillot amarillo es lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en él, el mismo que habría logrado ser el mejor de la historia tras sobreponerse a un cáncer, mantenía su inocencia. Pero no solo eso, sino que se mostraba desafiante publicando en su cuenta de Twitter el pasado noviembre, tras ser desposeído de sus títulos de la vuelta gala, una instantánea que ya no está disponible, pero que fue noticia hace escasos meses y que fue lo primero en lo que pensé al enterarme esta mañana:
Armstrong, con sus maillots amarillos, en una foto divulgada por él mismo en su cuenta de Twitter el pasado noviembre. |
Sobre el dopaje está todo dicho, incluido el hecho de que la presión que sufren los deportistas y el rodearse de gente que les aconseje mal -aunque eso no les justifique ni les exima en absoluto de culpa- puede hacer que se les llegue a entender en cierta medida. También que cuando pasa tanto tiempo y el interesado mantiene su inocencia a capa y espada consigue que queden dudas pese a los indicios y las acusaciones, al menos para los que no tenemos suficientes datos o conocimiento para juzgar (está ahí el caso de Alberto Contador, en cuya inocencia quiero creer pese a que esta se diluye en función de a quién leas, de los análisis y de la sanción recibida).
Por eso, tras el dopaje en sí, lo peor de este caso me parece la actitud de Armstrong; ya no el haber mentido, sino el haber publicado una foto innecesaria con la que no hacía más que provocar y reírse, de nuevo y a conciencia, de los aficionados al ciclismo. Lástima.
Vídeo de la entrevista.
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